A cuarenta años, nada ha cambiado, la misma sociedad indiferente, apática, indolente, y mucho más estática; el mismo régimen, aunque sean otros los rostros, les preceden las mismas ideas autoritarias, los mismos intereses. La justicia ciega se niega a ver el crimen, las reivindicaciones se van olvidando en la memoria colectiva, y los medios de comunicación a más de callar, censuran y condenan apoyados en el poder que les otorga la complicidad.
Nada podíamos esperar de jueces y comisiones especiales que investigaran los sucesos del 2 de octubre, bajo el cobijo de sus propias leyes son absueltos los culpables y sólo se logra su lucimiento como régimen de justicia donde solo existe corrupto compadrazgo, llevan a las cortes a sus compinches para besar la mano de maestro, y repetir a los espectadores que no hay delito. Los medios (salvo excepciones, si es que las hay) se encargan de que la opinión pública navegue en mareas bajas, haciendo del veredicto una verdad inobjetable, si bien se permite el comentario esperanzador y la reprobación del proceso, no alzara jamás ninguna protesta, al contrario hablará de conformarse con lo que se ha logrado en cuarenta años de lucha, y al mismo tiempo condenará a todas las voces inconformes que se levanten para seguir exigiendo justicia.
Pero nada nuevo hemos dicho hasta aquí, los reclamos parecen estériles, los cuerpos represivos van en aumento, las políticas gubernamentales auspician el terror y la impunidad, ahogando en el silencio toda manifestación de descontento, en este renglón retrocedemos; se criminaliza la lucha social satanizando la organización y sus acciones.
Que no se olvide el 2 de octubre, que no se calle la protesta, pero que no se conforme con un solo día, o con comisiones sujetas a la aprobación de jueces tapaderas, que se rompa el mito, tome cada cual su responsabilidad en la historia viva de nuestras vidas, y sobre todo que no se olvide que existen más 2 de octubre en el siniestro calendario de la ignominia.
El momento puede ser este, dejar de ver hacia arriba y derribar desde los cimientos la pirámide estatal, no dándoles la mínima credibilidad, sabedores que son la misma paria política, los mismos asesinos, en una palabra pues, son los enemigos.
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